Lo naciente.

Entre el misterio, los tiempos, lo que irrumpe, las decisiones nuevas que vienen de algún origen olvidado, de eso que retorna, demostrando que lo humano es abierto y no cesa jamás de sí.

Llega un momento en que no se trata tanto de saber que hacer con el dolor, como de aprender que hacer con la belleza de la que somos capaz. Cuando ese es el desafío, es necesario responder a lo mejor de uno. Y eso no siempre tiene muchos antecedentes, implica a su vez una creación sobre sí. 

Me acuerdo cuando era chica y aprendí a andar en zancos. Para poder caminar, y sostenerse, lo fundamental era no quedarse quieto nunca, y aprender a caer. Quizás de ahí aprendí que caminar implica siempre estarse moviendo, un "entre", entre un paso y el que sigue, y que al aprender a caerse uno también aprende a caminar.
En general descreo de las filosofías del sacrificio, que hacen meritoria la caída. Ahora, sin tocar esa postura, sí es cierto que es necesario saber sobre ciertas actitudes que hacen caída; porque también aprendemos de los bordes. De lo que no, para saber lo que sí. De ciertas caídas, para aprender como pararse mejor sobre uno y sostenerse allí, en movimiento y hacia adelante.

Las posibilidades se abren así. Abrirlas es un aprendizaje, implica abrirse, asumirse en un misterio que es parte de la creación, porque implica que no está todo dicho, que aún hay que decirlo. Hay que atravesarse para poder llegar hasta uno. Pero vale muchísimo esa búsqueda y esa alegría de producirse, de crearse. 

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