Partidas y llegadas
No guardé más que lo necesario. Tampoco imaginé más de la
cuenta. Si algo aprendí en este tiempo es a evitar los excesos. Una despida es
demasiado como para sumarle la propia locura.
Fue cerrar la puerta e irse. Animarse a todo lo simple y
descarnado de ese gesto.
Ese viaje para verte nuevamente, esas promesas, todo eso
quedó de aquel lado de la puerta. De este, simplemente yo, con las raíces arrancadas
por dentro, perteneciente a ninguna casa ahora. Compañero de ningún abrazo hoy.
La playa siempre me resultó un buen destino para estas
situaciones. El mar cura. Su inmensidad de vida es reparadora. El bosque de pinos y eucaliptos, el sonido del
agua estallando contra las rocas, y los pescadores con sus caballos en el mar.
Ellos nos saben de mi desencuentro, pero saben una receta que, dicen, me va a
quedar espectacular.
Mi único objetivo hoy es evitar los “si estuvieras acá”. Evitar
invocarte. Porque no hay conjuro que te llame, ya no hay nombre que te traiga,
estas decididamente divorciada de todos los nombres con los que te llamé.
Me preparo unos mates, frente a la abismal belleza que ruge
en la noche, golpeando contra las rocas, y me amigo con la ausencia. Después de
todo, la soledad es una buena compañía. Y el preludio necesario para cualquier
otra cercanía. Después de todo, sigo sorprendentemente entero, presenciando el milagro de la luna y sus millones de
estrellas, que le hacen de fondo a ese
buque carguero. Mañana iré a ver qué es lo nuevo que trae; porque también esa es la
magia de los puertos: nos recuerdan que partir y llegar es el movimiento de la
vida, y que no se naufraga en eso, al contrario, uno crece en ese vaivén; en
esos viajes.
https://www.youtube.com/watch?v=cevK4LC-inU
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