La alegría y sus huellas

Cuidar el corazón, darle belleza, enseñarle que la alegría está, y sucede hoy, en este momento.
La vida que se abrió paso, la oportunidad que sucedió,  lo que se esperaba y llegó una mañana de un sábado. El abrazo que estuvo; y el que no esperaba que estuviera, y estuvo también. La pregunta al otro, seguida de un sí.  El amor fugaz. El mar y sus misterios, los encuentros donde menos se los esperaba, encuentros con mucha energía, encuentros me recordaron que el cuerpo no termina donde se ve, porque nos queda aún un rastro, un olor, el recuerdo vivo de un tacto, una presencia inmune a la distancia. Y aunque esto último ya no esté, me transformó. La alegría dejó huellas en mí. Dejo una fiesta. Sucedió, y entonces yo vibré tan alto que descubrí una risa nueva.
Lo escribo para no olvidarlo. Porque todo eso y mucho más sucedió;  y algunas cosas aún suceden. Y la belleza no es algo que deba pasar inadvertido, porque transforma, porque conmueve, y porque abre aún más puertas, mostrándonos que la felicidad y el crecimiento son muy amigos de lo incompleto que tiene sed de más, y de lo incierto que descree de lo imposible. 
Se sigue tratando de hacerse más liviano el propio viaje, y reconocerse estas bellezas como logros de la alegría sobre la tristeza, bellezas como signos de vida, de la vida que quiero.

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