"El edificio tomado"


El consorcio del edificio dictaminó que se recibirían únicamente como inquilinos a “pobres, pero no marginales”. Este consorcio lo presidía Maximiliano Vera, que había dejado de trabajar en el inescrupuloso Estado (donde se desempeñaba como operador socio comunitario) para dedicarse al amable oficio de diseñador de interiores y presidente del consorcio.
En su tiempo de empleado público supo amar “el misterio de la otredad” y servir al prójimo. Aun se jacta de continuar con tales valores, siempre y cuando la otredad no lo despierte a las 6 de la mañana con cumbia y una botella de cerveza.
El problema de los nuevos inquilinos es que a veces pagaban los impuestos, y a veces no, (o eso supone) además de que eran inmigrantes, quien sabe si legales, y más encima con aspiraciones a ciudadano común. El primero de estos personajes que habitó el edificio fue una ecuatoriana semi-legal , pero como vio que con ella se podía charlar de diseño y tomar el té tranquilamente, decidió que la dejaría pasar. Los próximos inquilinos le resultaron algo más complicados: una brasilera con consumo problemático (se deduce su adicción a las drogas por los gritos que se sentían cada noche, porque para actuar así hay que estar en estado de intoxicación), un africano que vendía ilegalmente relojes en la calle, y un boliviano con poco amor a la buena higiene.
Al principio pensó que podía ponerlos en orden, al fin y al cabo no eran nada distintos a los que atendía en el Centro Integrador Comunitario en sus tiempos de operador, sin embargo, poco a poco se fue dando cuenta de que esta otredad estaba poco dispuesta a la escucha y menos aún a las redenciones en nombre de las buenas costumbres. Cuál “casa tomada”, él se encontraba cuidando como presidente del consorcio a inquilinos que poco a poco iban avanzando sobre su espacio.
Para solucionar esto, porque no es cuestión de cuidar a cualquiera decía, en primer lugar optó por hablar con la propietaria de los departamentos, la señora Lucrecia (una corredora inmobiliaria muy new age, cuyo amor a los otros seres de este universo era tan inmenso que sólo se anteponía ante el mismo, el amor al lucro). Lucrecia muy diplomáticamente le contestó que ella no podía discriminar nadie por sus costumbres, en particular si estos seres de luz pagaban tan altos precios por sus departamentos. Y que sí, que le parecía algo peculiar el hecho de que con sus oficios pudieran solventarlos, pero… quién era ella para juzgar a los otros?
Así, Maximiliano se encontró obligado a tomar otras medidas. Se sabe que la ley ampara a los justos, y que los justos son los buenos ciudadanos. Uno a uno fue denunciándolos por diversas causas, respectivamente: a inmigración, a la policía, a la municipalidad… Su departamento se convirtió en un panóptico desde el cuál podía vigilar y castigar, es decir, hacer justicia, con cada uno de sus inquilinos. Las denuncias eran casi todas (a excepción de migraciones) por motivos casi intrascendentes, pero que terminaron hartando a sus vecinos, los cuáles, a su tiempo cada uno, decidieron mudarse.
Así es como retorno la paz y la normalidad en ese humilde, pero decente, edificio de la capital mendocina. A veces se escucha al señor Vera lamentarse de no poder construir “un puente de inteligibilidad lingüística” con esa otredad, pero afirma que no pierde la esperanza en que mejores y más tranquilas otredades lo visiten. Ojalá así sea.



*Hay gente que no entiende muy bien la ironía, así que por las dudas lo aclaro, este texto está escrito desde allí. Es una versión edulcorada de lo que sucede en mi edificio. 





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