Sobre la muerte y lo cómico

"En México, el extranjero suele sorprenderse por el carácter festivo con que se alude a la muerte y que a Ziller siempre le pareció algo muy sabio y muy vital. "Me vale madre", no me importa nada, me río de ella, pueden ser expresiones de cualquier hombre del pueblo. Y cada uno, en el Día de los Muertos, puede comer la calavera de azúcar con su propio nombre. En los cementerios, junto a los ramos de flores, se ofrendan a los difuntos cantos y alimentos, cigarros y bebida. La fiesta de la muerte, que es fiesta de la vida, al fin, continúa más allá de esa fecha, de esa celebración. Está presente en las letras de los corridos y en el humor popular, en la obra de los muralistas mexicanos, en la literatura, en el cine, y, desde luego, en la artesanía que recrea constantemente figuras festivas y mortuorias. Pero donde quizá se exprese con mayor vitalidad, con una desaforada alegría, es en la obra de José Guadalupe Posada, el grabador, el gran histrión de la Fiesta de la Muerte, el discípulo preferido de Edmund Ziller. Como todos saben, José Guadalupe Posada (Aguascalientes, 1852) hijo de familia modesta, supo más de las enseñanzas de la calle que de colegios y libros y aprendió a burlarse del gendarme, a oír cuentos de vagabundos, vendedores y mendigos, a frecuentar las prostitutas, a observar las costumbres de señoras y señores ricos, a cantar y beber con los pobres. También aprendió algo de su arte en una academia de dibujo, con el grabador alemán Edmund Ziller. Su oficio fue el grabado. En Aguascalientes, entró como aprendiz de litógrafo en una publicación política en la que colaboraba Ziller y allí Posada comenzó a ejercer su despiadada crítica a la realidad. Los objetivos de su buril (influencia Ziller) son figuras del gobierno, ridiculizadas por su arte, por su ácido sentido del humor. Sus ediciones se agotan rápidamente. . . y también la paciencia de los censores que clausuran el órgano periodístico. Así, desde el comienzo, queda identificado el arte de José Guadalupe Posada con el signo de la subversión del señor Edmund Ziller. A este signo Posada será fiel a lo largo de su vida, durante cuarenta y cuatro años de obsesiva actividad. No dará tregua al tonto, al vanidoso, al fatuo, al que se siente fuerte en el manejo del poder, a los que usurpan la fiesta de la vida. Los dibujará como muertos, como calaveras. Y el pueblo se reirá con él, el pueblo Señor de la Risa y el Canto, como expresó Edmund Ziller en una memorable conferencia en la que apareció vestido con su uniforme de revolucionario y que terminó, como era previsible, en una balacera. En esa belicosa conferencia, Edmund Ziller expresó su Teoría de lo Popular y de lo Cómico. Dijo entre otras cosas, que el grotesco nos enfrenta a una imagen desjerarquizada del hombre, a una imagen indefensa. Ya no es la imagen y semejanza de Dios, sino el cuerpo, las vísceras o el simple esqueleto de una criatura destinada a la enfermedad y la muerte."Imaginemos al general –dijo– al obispo, al rico, al poderoso, despojados de uniformes, sotanas, riquezas; imaginemos sus gestos solemnes desprovistos de músculo y vida. Sólo esqueletos, calaveras. Pongamos allí una mitra, colguemos medallas. Montemos al general en su caballo de hueso. Y tendremos al grotesco, tan grato a mi amigo Posada, tan crítico de la vida. Frente a él nada valen los edictos, las prisiones, los fusilamientos. Son muertos los jueces, muertos los que encarcelan, muertos los que matan. El 'humor negro' del grotesco de mi amigo Posada participa tanto de la burla como de lo patético, del sarcasmo y de la ironía como de una sabia y triste contemplación de la realidad. Y es tierno, ya que esos muertos a veces son pobres 'muertitos', títeres de un tinglado sin Dios, criaturas en las que cualquiera puede identificarse. Las calaveras de Posada, a diferencia de los grotescos de Goya, no tienen nada de sombrío. Son alegres y macabras a la vez. Están más cerca del disparate que de la exasperación. Bailan, juegan, se divierten, se emborrachan. Paradójicamente, viven. La crítica de Posada es directa, poco intelectual. A diferencia de Daumier, que afila los rasgos y exagera las actitudes de sus personajes, Posada agrega a sus 'muertitos' notas de realismo: botellas, naipes, sarapes, sombreros, cestas, objetos que viven en relación a la fiesta de la muerte. '¡Viva mi amigo Posada desde la fiesta de la Muerte! ¡Viva la Revolución Mexicana! ¡Abajo el latifundio!' –gritó Ziller y disparó dos tiros al aire. Más calmado, continuó platicando acerca de la vida pueblerina, los chismes, las peleas, los pleitos de pobres, los mendigos, los policías, los bandidos, de todos los que cabían en esos cartones enamorados de lo inmediato y a la vez de lo eterno. El cronista, el periodista que había en Posada, comentó, coexistía con el poeta y aun con el filósofo de la realidad. No se diferenciaba mucho de los anónimos artesanos que armaban sus 'muertitos' de papel para el Día de los Difuntos, dijo , pero tampoco estaba lejos del hombre que indaga la existencia, que busca una razón a ese espectáculo del mundo. De la sinrazón, de lo irracional y vano de ciertas actitudes humanas, el artista percibe lo cómico. Y la comunidad se torna un arma, una respuesta a la falta de respuestas lógicas de la realidad. Por eso lo cómico adquiere ese tono repulsivo, tan peligroso para los que detentan el poder –dijo guiñando un ojo a sus hombres, que estallaron en alegres gritos de pelea– las verdades absolutas, las leyes, las estatuas, la pompa, la represión, caen destruidas ante el embate de lo Cómico. La Muerte Cómica de Posada, la muerte de carnaval y fiesta, se burla de las jerarquías, aparece como un exabrupto entre las buenas costumbres. Y, sin duda, quien maneja así la comicidad es un rebelde. Como Aristófanes, Rabelais, Defoe o Sade. Y nada importa que Posada desconociera a esos ilustres parientes de la Subversión. El era uno de ellos. ¡Viva Posada, carajo!"

(Fragmento de "Aventuras de Edmund Ziller", de Pedro Orgambide).

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