Cartas para Annie (R. Fontanarrosa)

28 de Diciembre de 1987

Annie:

Hay algo que no puedo evitar al recibir sus cartas, en especial si éstas son como la última. Aprecio la curva de su caligrafía y sigo, como un mastín, el ritmo de sus trazos. Después, el cabo de madera que sostiene la pluma. De inmediato su mano, su mano sosteniendo ese cabo de madera. Subo, entonces, por su mano, Annie, persiguiendo la tersura enloquecedora de su brazo, esa carne firme aún, la piel blanca y levemente trémula. Imagino entonces, Annie, que deposito mis labios sobre esa piel y la recorro, brazo arriba, hasta el hombro y, allí, no me detiene el bretel angosto de su vestido sastre, no.
Mi boca se entreabre, ávida, húmeda, y va dejando una estela acuosa sobre su hombro desnudo, trepa luego por su cuello tibio, mi rostro se sumerje bajo su cabellera y muerde su nuca estremecida. Usted ya no puede escribir más, Annie. Su cuerpo palpita bajo mis manos curiosas. Mi boca oferente resbala por la curvatura de su clavícula y mis dedos audaces oprimen los senos formidables. Su letra se ha hecho ilegible y despareja, Annie, del mismo modo que su respiración se torna angustiosa y entrecortada. Se le hace difícil escribirle a un hombre que está, ahora, Annie, encaramado sobre el respaldar de su silla, sujetándola por los pechos, hurgando con los dedos bajo su sostén, mordiéndole frenéticamente una oreja, Annie.
Discúlpeme si mi imaginación se hace algo procaz y arrebatadora, Annie, pero es una condición, la imaginería, particular de los pueblos tercermundistas. Ahora, le he pasado mis dos fornidas piernas por detrás, apresándola por la cintura, y he quedado casi colgado, aferrado como un molusco a sus senos incomparables. No puedo seguir escribiendo, Annie. Me he desatado completamente y siento como si fuera algo inútil e hipócrita continuar sojuzgando mi exaltación, mi pasión por usted, mi legítimo reclamo de argentina virilidad.

Lamberto.

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