Viajes

Había un río inmenso, y por el otro lado, otro río con un caudal también inmenso.
Y se juntaban, y hacían un río aún más grande.
Sólo se escuchaba el agua del río fluir, atormentada, fuerte y hermosa.

Recuerdo que estaba a muchos kilómetros de casa, en medio de la ruta, esperando volver.
Andaba sin tiempo, haciendo uso pleno del tiempo. 

Alrededor habían llanuras, de esas del sur. Y su viento helado.

Cuando se empezó a hacer de noche, justo en ese momento en que el frío empieza a molestar, un señor nos subió. Charlando, nos preguntó donde queríamos vivir. El respondió en el Bolsón, y yo le dije que en Valparaìso. En ese momento no lo sabíamos, pero poco más ibamos a durar, de todas maneras los destinos consensuados juntos no sucedieron. Nos contó de la alegrìa, y nos dijo que los brasileros le dicen al tango "lamento de cornudos". 

Pensé que si bien era cierto, también era algo injusto: a veces el dolor es inmenso, y si es así, cantarlo es una buena elección. Pero este señor sabía de la alegría, y yo quería, necesitaba escucharlo. 

Luego se sucedieron otros autos, otras charlas, y cada vez ibamos siendo más otros y menos nosotros. Pero la belleza de esos bosques consuela, así que no importaba. O mejor dicho, sì, pero no había nada que hacerle, que hacernos, a esa altura. Mirar al bosque, sorprendente a cada paso, era mejor. 

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