Historia de la fiesta


Quizá, existen dos historias que podemos contarnos.
Una, está apegada a los hechos. Vizcosa, no se levanta de ellos, apenas si los nombra, y  con un seudónimo. Como un mimo; bordea las formas del silencio con un gesto. Ha pedido prestados sus significados a cualquier muchedumbre. Desconoce el porque de sus amores y sus odios.

Y está la otra historia. Esa otra forma de contar es una forma de hacer alianza con la vida, de bucear en sus profundidades, que son las nuestras. Es una forma de adentrarse en el sentido, de ir tejiendolo y destejiendolo, de ir mirando de frente las propias angustias y de ir construyendo la propia esperanza.
Esta es la historia que nos contamos quienes hacemos a nuestra vida. Quienes tomamos nuestras heridas entre las propias manos, y vamos rearmandonos de nuevo, sabiendo de estas marcas pero dándole al sentido un vuelo que se despliega mucho mas allá de ellas. Es hacer la propia vida a partir de la misma vida que nos toco vivir.
Nuestra señal es amar la vida.  Y para ello, contamos nuestra propia historia. Para encender los deseos, para hacer de la existencia una fiesta. Una fiesta que no desconoce las tristezas, pero que tampoco les hace monumentos. Una fiesta que arde adentro, y que invita a amar aun más la vida.
Porque aunque hay que atravesar la tristeza, se trata de recordar que se hace para ello. Para contar una historia que pudo elaborar la tristeza, y que ahora esta dispuesta, a partir de ello, de contar como se construye la alegría, como vive esta fiesta de la vida que ha sabido hacer. 
Porque, en todo caso, sabemos: hay una fiesta a la que nunca se llega; es la fiesta que a cada uno le toca organizar. Late dentro nuestro, marcando el pulso... y pide ser dada a luz. 

Comentarios

Entradas populares